
Museo de la Orangerie, en el parisino jardín de las Tullerías.
En la entrada me encuentro con un libro de visitas, en el que dibujo un pequeño barco de vela y escribo llevado por una extraña pulsión la siguiente frase: "Sorteando parís a Vela". El intercambio de mayúsculas me satisface. Esbozo una sonrisa.
Dentro, la disposición de la serie de los Nenúfares en dos salas elípticas me genera una sensación física sin principio ni fin, pero una percepción cromática del paso del tiempo, desde la mañana hasta el atardecer. Ritmos cambiantes y vibración lumínica.
Me voy al Gran Palais a la exposición de Renoir poseído por el impresionismo. O tal vez por el juego de colores y la ausencia.
5 comentarios:
veamos, veamos, t...
1. El entorno ovalado me impide determinar con precisión cuál es el principio y el fin de la porción de realidad que representan los cuadros (a lo cual ayuda cierta tendencia onírica, la desparición de la forma en la pintura del artista y las manchas que difuminan las telas).
2. La percepción cromática es precisa frente a la difusión física anterior pues se llega a interpretar el diferente matiz de los colores como la evolución de la luz del día.
ya, ya, t, pero eso está en un comentario...
Todo es mucho más sencillo de lo que parece...
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